Vivimos tiempos convulsos. A una evidente falta de valores económicos que permitan un desarrollo pleno de la persona, se une un vacío casi enfermizo de moral, de ética en el actuar de esta extraña Sociedad de la que formamos parte.
Será esta situación, la que no me deja vivir tranquilo, la que no me permite disfrutar de esa felicidad parcial que todos anhelamos.
No consigo sacar de mi cara esa expresión de disgusto. Ese sabor amargo que siento cada día.
A mi alrededor observo como hijos de un Estado derrochador, luchan ahora por sobrevivir, sin la ayuda de ese padre que tanto los protegió, que los mimó hasta el punto de quitarles, en algunos casos, el alma; su alma que lucha o debería hacerlo.
Cerca de mi descubro multitudes que penan porque se han quedado solos ante el peligro, abandonados a su suerte, perdidos entre las garras del Mercado que acabará devorándolos.
Esa lamentable y dolorosa situación nadie la remedia, por más que los focos apunten hacia los escaños del engaño. No hay una solución y todos ven como su Mundo, ese "wonderfull world", se despeña junto con los sueños de todos.
Pero no es esto lo que me provoca tristeza, desasosiego, bochorno. No. Me duele, me comprime el aire, la triste realidad que, no muy lejos, cercena la vida de miles de niños, almas que casi no han empezado a vivir pero que ya han probado todo el amargor que este terrible Mundo puede contener.
Me hablan de "crisis", en lugares donde los hijos de los que ahora penan (con sus motivos, no se me mal interprete) siguen eligiendo entre dos o tres tipos de yogures y batidos cada tarde, donde una subida leve de la temperatura corporal se puede atajar de inmediato con apiretal o dalsy, donde cada mañana al despertar les espera un pantalón y una camiseta limpia, un abundante desayuno, un lugar donde aprender y desarrollarse.
Y al otro lado del mar, a pocos kilómetros, muy cerca, demasiado, otros niños cuyos padres jamás conocerán a la "prima de riesgo", siguen luchando como hace ya demasiado tiempo por sobrevivir, por llevarse algo a la boca, aunque sea un sobre terapéutico; luchando por huir de las garras de la muerte. Todos los días, todas las horas de esos días, todos los minutos de cada hora; huyendo de la guerra, los abusos, el trabajo, la explotación; no imaginando, si quiera, la posibilidad de sentarse en un pupitre a aprender algo nuevo, o algo antiguo.
Sé que corren malos tiempos para pedir nada, me consta que son momentos duros para compartir, pero no puedo hacer solo, lo que pretendo.
No soy más que un ínfimo grano de arena en un enorme desierto.
Por eso os necesito, a vosotros, hijos de la crisis, necesito, necesitan de nuestra solidaridad. Sí, en estos tiempos, en tiempos difíciles.
Ahora no podemos volver la vista hacia otro lado, o mirar sólo nuestras heridas. Ahora es el momento de dar un paso adelante. Nadie va a hacer nada por ellos, nadie, salvo nosotros.
Y se lo debemos. A la humanidad. A nuestra alma que es buena. A la vida. A Dios para el que crea en él.
A Kanouté, Frederic Omar, para más señas, le preguntó un día un conocido locutor televisivo si su solidaridad tenía una raíz política o religiosa. Fredy no dudó un segundo, como si la pregunta ya la esperara, como si no cupiera otra respuesta. "humana", dijo.
Esa solidaridad es la que os pido. Es el momento, nuestra oportunidad. Gracias.
David Vioque (@davidvioque)
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Publicado por Santiago Mora para SEVILLA SEVILLA SEVILLA el 5/08/2012 09:06:00 PM
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